Un boleto para entrar al cine cuesta igual sin importar si el director es Woody Allen, Christopher Nolan o Alfonso Cuarón. Esos precios tampoco van a cambiar de una película a otra porque el actor principal sea Jack Nicholson o Gael García. En una librería, una novela de un Premio Nobel puede costar igual, un poco más o un poco menos, que la de un joven que acaba de publicar su primera novela; pero jamás costará 5, 10 o 1000 veces más. Descargar una canción en internet es igual sea de los Rolling Stones o de Juan Gabriel. El mercado del arte tiene una lógica diferente, inexplicable, exagerada y antidemocrática. En noviembre del año pasado un jeque árabe pagó 450 millones de dólares por Salvator Mundi, una obra menor de Leonardo Da Vinci, le respetamos su decisión, pero nosotros haríamos muchas otras cosas con ese dinero. De repente el público se acostumbró a que alcanzar el arte es una cuestión solo para una selecta minoría en el mundo.